¿Está en riesgo la PRESUNCIÓN DE INOCENCIA en nombre del progreso?

¿Está en riesgo la PRESUNCIÓN DE INOCENCIA en nombre del progreso? PRESUNCIÓN DE INOCENCIA y miedo al futuro ¿Quién protege a quién?

La palabra clave es PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, y hay algo profundamente inquietante en cómo la usamos hoy. ¿Nos hemos olvidado de lo que significa realmente? 🤔

La presunción de inocencia es el último hilo delgado que separa la civilización de la barbarie. Así lo sentí hace tiempo, cuando un amigo cercano —ingeniero, padre de dos hijos, respetado— fue arrastrado a una pesadilla jurídica que duró más de tres años. ¿El motivo? Una denuncia cuya única prueba era una frase. Una frase y el aura invulnerable de quien la pronunció.

Pero no estoy aquí para contar una historia particular. Estoy aquí para mirar con lupa lo que se ha convertido en un paisaje inquietante: un sistema que, en nombre de causas nobles, ha comenzado a olvidar su arquitectura moral. ¿Qué ocurre cuando el deseo de reparar el pasado amenaza con destruir los cimientos del derecho?

Cuando el testimonio sustituye a la prueba

“Si fuéramos completamente confiables, no necesitaríamos un código penal.” Esta frase resuena como un eco ancestral en las paredes de cualquier sala de justicia. El derecho penal se construye sobre el principio de desconfianza: nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, porque el poder de castigar es también el poder de destruir. Pero, en los últimos años, esa presunción —antaño sagrada— parece haber mutado.

En ciertos tipos de delitos, especialmente los vinculados a la violencia de género, el péndulo ha oscilado con fuerza. Históricamente, la palabra de una mujer era casi invisible en el proceso judicial. Hoy, como si quisiéramos compensar siglos de silencio con una confianza absoluta, esa palabra se ha convertido en prueba de cargo suficiente. Así, lo que antes era injusticia por defecto se ha convertido en injusticia por exceso.

“Pasamos de no creerlas nunca a creerlas siempre. Sin preguntas.”
Eso, aunque suene valiente, es profundamente peligroso.

👉 Puedes ver una exposición completa y crítica sobre este tema en esta conversación del canal Wall Street Wolverine, donde se analiza cómo ha cambiado la presunción de inocencia en estos casos y se denuncian sus paradojas.

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El veneno sutil de la discriminación positiva

Ah, la tentación de equilibrar la balanza… ¿quién no quiere ver justicia para quienes han sufrido más? Pero cuando hablamos de derecho penal, hablamos de garantías. No hay lugar para privilegios, ni siquiera con buenas intenciones. La discriminación positiva se ha convertido en un comodín institucional: se justifica con la historia, se blinda con ideología y se ejecuta sin revisar las consecuencias.

¿Qué ocurre cuando se concede a una parte una ventaja procesal en nombre del pasado? Que el presente se vuelve turbio. Los juristas lo saben, los fiscales lo saben, pero muchos callan. Porque señalar estas contradicciones te convierte, al instante, en sospechoso de herejía ideológica.

“El derecho penal no es una terapia colectiva ni un corrector moral.”

Estadísticas que no dicen toda la verdad

Escuchamos cifras como un mantra: “Solo el 0,001% de las denuncias son falsas”. Y al oírlo, uno se tranquiliza. Pero basta escarbar un poco para ver el artificio. Esa cifra sólo incluye las denuncias falsas que terminan en condena, no los casos archivados, sobreseídos, o los que acaban en absolución sin consecuencias para quien denunció sin pruebas.

¿Sabes cuántas denuncias falsas prosperan como causa penal por sí mismas? Poquísimas. ¿Por qué? Porque demostrar una mentira requiere más esfuerzo que inventarla. El sistema está diseñado —con lógica humanitaria— para proteger a la denunciante. Pero eso tiene un efecto colateral: deja desprotegido al acusado.

Y no, esto no es una defensa de los culpables. Es una defensa de la duda.

“Mejor diez culpables en libertad que un inocente condenado.”
– William Blackstone (jurista británico)

💡 Puedes consultar una transcripción completa de los argumentos analizados en el vídeo, recogidos en este resumen documental, donde se estructuran los ejes principales del debate con ejemplos y matices procesales.

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La pena sin condena

Uno pensaría que ser absuelto es el final feliz. Pero no. El daño ya está hecho. Solo con la denuncia, pierdes tu trabajo, tu familia, tu reputación. Pierdes incluso tu casa si la custodia de los hijos queda automáticamente en manos de quien te acusa. Y el archivo del caso no borra titulares. Ni devuelve el tiempo.

He visto hombres quebrarse. Y mujeres también, atrapadas en relatos ajenos, en sugestiones mediáticas que les decían que habían sido víctimas, incluso si no lo sentían así. La paranoia se ha convertido en norma.

Lenguaje que condena antes de juzgar

¿Desde cuándo se llama “víctima” a alguien antes del juicio? No es un detalle menor. El lenguaje condiciona. Moldea la percepción. Si a una denunciante se le llama víctima desde el primer momento, ¿qué espacio queda para la duda razonable?

Llamadme antiguo, pero yo crecí creyendo que un juicio servía para averiguar la verdad, no para confirmarla por decreto.

Y las verdaderas víctimas, ¿qué?

Aquí está la ironía suprema. Este sistema, diseñado para proteger, está empezando a volverse en contra de quienes de verdad necesitan protección. Cuando la denuncia se convierte en herramienta de venganza o estrategia judicial, las auténticas víctimas son las primeras en pagar el precio. Porque cuando aparece una mujer que realmente necesita ayuda, muchos ya están vacunados contra el testimonio.

“El abuso del sistema acaba deslegitimando la causa más justa.”

¿Y ahora qué?

La pregunta flota en el aire como un zumbido persistente: ¿cómo encontramos el equilibrio? ¿Cómo protegemos a quien ha sufrido sin dinamitar el principio de que todo acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario?

No se trata de elegir entre unos y otros. Se trata de recuperar la lucidez, el rigor, la valentía de sostener dos ideas a la vez: que la violencia existe, y que los inocentes también sufren.

“El que busca justicia con ira no la encuentra, la impone.”

(Proverbio tradicional)

El futuro no se construye con miedo

Si hay algo que deberíamos temer, es al miedo mismo. Porque es el miedo el que nos lleva a convertir los tribunales en templos de redención simbólica, en vez de lugares donde se aplica la ley. Y es ese mismo miedo el que nos está robando el sentido común.

No hay justicia sin garantías. No hay progreso sin verdad. Y no hay libertad sin presunción de inocencia.

“La justicia no es una emoción. Es una estructura.”

Entonces, ¿qué elegimos? ¿La paz del silencio o la incomodidad del pensamiento crítico? Porque en un tiempo donde las palabras acusan y el sistema aplaude, tal vez la única forma de proteger el futuro sea defender una vieja idea que aún tiene sentido: todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario.


¿Y si el precio de este nuevo dogma es que nadie crea ya a nadie? ¿A cuántos inocentes más estamos dispuestos a sacrificar antes de volver a preguntarnos por qué existe la justicia?

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