¿Dónde empieza el futuro cuando todo parece un recuerdo? Retrofuturismo la nostalgia de lo que nunca fue.
El retrofuturismo es un arte que se atreve a imaginar el mañana con los ojos del ayer. Suena contradictorio, ¿verdad? Pero lo cierto es que esa contradicción es precisamente su mayor encanto. Mezclar dirigibles con inteligencia artificial, peinados de los años 60 con interfaces táctiles, templos mayas con pantallas holográficas. Y no, no es ciencia ficción cualquiera. Es una ciencia ficción con alma de anticuario y corazón de astronauta.
Descubrí el retrofuturismo casi por accidente, como quien encuentra una vieja fotografía de sus abuelos en la que, misteriosamente, aparece un dron sobrevolando una carreta. En un principio pensé que era un chiste, una invención estética sin más. Pero cuanto más me adentraba, más me atrapaba ese juego temporal. Era como leer un cuento en el que el protagonista va hacia adelante caminando de espaldas. Y de pronto entendí que no solo era arte: era una forma de preguntarnos qué futuro queríamos haber tenido.
Como bien se desarrolla en este artículo sobre la nueva estética de ciencia ficción, el retrofuturismo no se trata solo de mirar hacia atrás con ternura, sino de diseñar futuros paralelos donde el pasado tuvo otras oportunidades.
El futuro nunca fue como lo imaginamos
Hay algo profundamente humano en imaginar cómo sería el porvenir si lo hubiésemos construido desde otros cimientos. «El futuro que no tuvimos duele más que el pasado que sí vivimos», decía mi abuelo sin saber que estaba definiendo el espíritu del retrofuturismo. Porque al fin y al cabo, ¿quién no ha fantaseado con un mundo donde los imperios prehispánicos no fueran interrumpidos, donde Egipto dominara los cielos o donde la URSS llegara a Marte con cúpulas de vidrio y canciones de cuna comunistas?
En esta especie de arqueología de lo imaginado, me topé con una joya escondida: un juego llamado Aztech Forgotten Gods. Lo etiquetaban como cyberstone, pero eso me sonaba tan absurdo como llamar “edredón láser” a una cobija. No, esto era otra cosa. Una estética poderosa que fusionaba las pirámides y los dioses mexicas con brazos robóticos y luces moradas. Para mí, aquello no era ni cyber ni stone. Era puro “prehispanic punk” y punto.
Y es que el género crece sin parar. Según se analiza también en Newsfeedweb, cada día nace en algún rincón helado del mundo una obra retrofuturista que da paso a un subgénero nuevo. Algunos más barrocos, otros más contemplativos, todos igual de intrigantes.
“El futuro era mejor antes”
“Lo retrofuturista no es vintage, es lo vintage que quiso ser vanguardia”
Me fascina pensar en la gente de principios del siglo XX imaginando cómo sería la vida en el año 2000. Esos dibujos llenos de dirigibles, bicicletas voladoras, sirvientas mecánicas y ciudades submarinas me parecen una mezcla deliciosa entre ingenuidad y deseo. Hay algo entrañable en esas postales del futuro, como si fueran cartas de amor mal enviadas a un destino que nunca existió.
Y claro, algunas predicciones se cumplieron. Otras no. Y otras se cumplieron mal, como una receta que parecía deliciosa en papel pero terminó sabiendo a plástico recalentado. Teníamos robots, sí, pero los usamos para hacer bailes virales en lugar de colonizar Saturno.
Algunos cortometrajes destacados como los que aparecen en Short of the Week demuestran hasta qué punto esta estética puede ser el vehículo ideal para explorar emociones humanas, ausencias, anhelos y paradojas temporales. Porque una cosa es imaginar el futuro… y otra muy distinta es imaginar lo que otros imaginaron sobre él. Eso sí que es un bucle hermoso.