¿Los puentes de hongos serán la próxima maravilla del mundo?

¿Los puentes de hongos serán la próxima maravilla del mundo? Puentes autorreparables de micelio el futuro que nadie vio venir

Estamos en 2025 en algún rincón húmedo de Europa, donde los bosques no solo respiran sino que ahora también construyen. 🌫️🌱 Y no es una metáfora.

Los puentes autorreparables de hongos no son un delirio de novela pulp ni una ilusión eco-futurista para urbanitas con alma de druida. Son, más bien, una extraña sinfonía entre ciencia, naturaleza y una nostalgia futurista que parece sacada de una cinta de Tarkovsky con arquitectura de Gaudí. Lo que hace no mucho parecía imposible —materiales vivos que se curan solos— ahora se gesta en laboratorios que huelen a tierra mojada y neuronas brillantes.

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Origen: Los hogares del futuro pueden estar construidos a base de hongos

Los hongos están construyendo puentes. Literalmente. Y lo más inquietante es que lo hacen mejor que nosotros.

Micelio arquitectónico y alma cyber-orgánica

Hace un tiempo, leyendo en la penumbra de una biblioteca oxidada por las ideas, tropecé con un concepto que me sacudió como un terremoto en cámara lenta: el micelio como material estructural. La idea de usar la red subterránea de los hongos —ese “internet del bosque”— para levantar estructuras parecía escrita por un guionista fumado de ciencia ficción biopunk. Pero resulta que no. Que es ciencia real. Y avanza como las raíces: silenciosa, obstinada, irresistible.

Kunal Masania y su equipo en la Universidad de Delft no están construyendo castillos en el aire. Están moldeando “ladrillos vivos” a partir de residuos agrícolas y micelio, capaces de detectar daños y regenerarse como si fueran organismos. Lo más inquietante no es la tecnología en sí, sino la estética que propone: una fusión entre lo orgánico y lo industrial, entre lo retro y lo aún-no-inventado. Una arquitectura que se siente más cercana a un bosque que a una autopista.

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“Esto no es solo ingeniería, es alquimia con esporas.”

Los materiales creados pueden secarse para detener su crecimiento, y luego reactivarse con agua. Al rehidratarse, vuelven a la vida. Vuelven a crecer. Se curan. Como si las paredes tuvieran memoria muscular. Como si los edificios supieran sufrir y sanar.

El puente que sangra y se regenera

Un puente de micelio no se rompe: se descompone, se recompone y, si le dejas, te cuenta historias del subsuelo. Porque estos puentes no están hechos para durar siglos como los de piedra, sino para seguir vivos mientras sigan siendo útiles. Es un nuevo tipo de permanencia: no la rigidez, sino la resiliencia. No el mármol, sino la piel.

Los laboratorios en EE. UU., como el de la DARPA, exploran concretos con “vasos capilares” que distribuyen nutrientes a microorganismos capaces de cerrar grietas antes de que aparezcan. En Binghamton, experimentan con la cepa Trichoderma reesei, una suerte de obrero microscópico que repara las fracturas internas de estructuras sin que nadie se lo pida.

No es magia. Es biología aplicada a la ingeniería. O tal vez sí es magia, pero de esa que ha estado siempre escondida bajo nuestras suelas, entre el barro y la sombra.

“El mañana está tan vivo que, literalmente, se cura solo.”

Materiales vivos y ciudades con alma

La idea de una infraestructura regenerativa puede sonar etérea, pero ya se está usando en edificios, carreteras y hasta túneles. Si combinamos micelio con metales ligeros o melanina para reforzar la durabilidad o mejorar el aislamiento, obtenemos materiales que no solo resisten el paso del tiempo, sino que lo absorben, lo metabolizan, lo incorporan como parte de su biografía estructural. Como explica esta análisis sobre infraestructuras regenerativas, estamos entrando en una era donde los materiales no son objetos, sino organismos.

Uno se imagina ciudades donde las paredes respiran, los techos gotean esporas y los puentes cicatrizan de noche mientras dormimos. No es distopía ni utopía. Es una tercera vía que combina naturalidad con inteligencia, vanguardia con humildad.

Una estética nueva se asoma: “cyber-orgánica”, le llaman algunos, porque suena mejor que decir simplemente “vuelta a casa”. Pero eso es. Una arquitectura que no renuncia a la tecnología, pero tampoco a la sabiduría milenaria de los hongos.

El futuro más clásico que existe

Para un tipo como yo, que ha fantaseado tanto con los zigurat de Blade Runner como con los puentes colgantes de los Andes, ver un puente que se repara con vida es como ver a un anciano bailar tango después de una operación de cadera. Una mezcla de sorpresa, ternura y una cierta punzada de vergüenza: ¿cómo no lo vimos antes?

Porque esto, al fin y al cabo, no es nuevo. Es antiguo como la podredumbre que fertiliza. Los hongos llevan millones de años descomponiendo, fusionando, reestructurando materia. Son la base del ciclo de la vida. ¿Por qué no iban a ser también la base del futuro?

“El hongo no olvida”, podría decir algún proverbio perdido.

“El micelio es la viga madre de la Tierra.”

Y ahora, de nuestras ciudades.

El pasado no estaba muerto solo estaba bajo tierra

Como bien señala este reportaje, ya se están construyendo viviendas, objetos, muebles e incluso instrumentos con micelio. Y todo apunta a que esta será la gran tendencia “silenciosa” de la arquitectura venidera: estructuras que no contaminan, que no pesan, que no hieren al suelo. Estructuras que se llevan bien con la lluvia y que no temen al moho.

Algunas firmas como Habitaro o Acciona ya exploran con seriedad esta simbiosis entre ingeniería y biología, aplicándola a carreteras y edificios. No es ciencia ficción, es ciencia húmeda.

Y sí, la estética no será pulida ni minimalista. Será rugosa, terrosa, algo rara. Como si el edificio estuviera todavía en fase de digestión. Pero ese es su encanto. Su rareza no es un defecto, sino un recordatorio de que la vida no es simétrica, ni brillante, ni cuadrada.


“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

“Cuando el hongo florece, el tiempo se detiene.” (Dicho popular micológico)


El puente que respira contigo

Cada vez que cruzo un puente de acero siento que me observa, pero en silencio. Un puente de micelio, en cambio, respira conmigo. Lo sientes bajo los pies, como si te conociera. Como si su estructura supiera que vas cargado de preocupaciones y decidiera, por un instante, sostenerte con más cariño. ¿Delirio mío? Tal vez. ¿Poesía arquitectónica? Seguramente.

Pero si vamos a construir el futuro, hagámoslo con alma. Con raíces. Con esporas que nos recuerden que la tecnología no es solo circuitos, sino también humedad, oscuridad y paciencia.

¿Y si el futuro no está en Marte, sino bajo nuestros pies?

¿Y si los ingenieros más sabios llevan millones de años trabajando en silencio… y tienen forma de hongo?

¿Estás listo para cruzar el puente que se cura solo?

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