El culto secreto de la ciencia ficción
Entre máquinas imposibles, fe encubierta y la obsesión por el futuro. La historia oculta de la ciencia ficción retro
Cuando los mitos literarios se disfrazaron de religión clandestina
Estamos en septiembre de 2025, en un planeta que todavía se maravilla con la inteligencia artificial pero que a la vez sigue leyendo con fervor novelas escritas hace casi un siglo. La ciencia ficción retro no es solo un género literario: es una grieta por la que se cuelan sueños, miedos y hasta credos enteros. Y aunque hoy parezca un pasatiempo de nostálgicos, hubo un tiempo en que sus relatos se vivieron como auténticos evangelios encubiertos.
Yo mismo me topo con esta paradoja cada vez que releo a Asimov o a Philip K. Dick. Lo que parece un simple ejercicio de imaginación acaba revelando algo más: un manual secreto de fe para gente que, en pleno siglo XX, buscaba dioses en las estrellas y no en los templos de piedra. ¿Exagero? No tanto.
“La ciencia ficción fue el catecismo de los incrédulos.”
Origen: Cuando La Ciencia Ficción Retro Fue Religión Secreta – RED +
De la imprenta barata al púlpito futurista
Hace tiempo, en plena edad dorada de las revistas pulp, escritores medio olvidados inventaban mundos imposibles a cambio de unos pocos dólares por página. Sin saberlo, estaban construyendo una nueva liturgia. Los templos eran kioscos grasientos, las biblias se llamaban Astounding Stories o Amazing Science Fiction, y los profetas escribían a máquina bajo el humo del café recalentado.
Lo sorprendente no es que estas historias engancharan a adolescentes ociosos, sino que muchos adultos con ansias de trascendencia encontraron en ellas respuestas más convincentes que en cualquier sermón dominical. Los extraterrestres se convirtieron en ángeles con antenas, las máquinas en nuevos oráculos, y los viajes estelares en promesas de salvación.
“Cada nave espacial fue un arca de Noé moderna.”
Cuando la ficción empezó a parecer religión
Uno de los ejemplos más llamativos fue el de L. Ron Hubbard, un escritor pulp que pasó de narrar aventuras galácticas a fundar una doctrina que aún arrastra millones de adeptos. Su salto no fue casualidad: la ciencia ficción ya estaba sembrando un terreno fértil, mezclando especulación científica con ansias de sentido.
Pero no fue el único. Las teorías sobre contactos extraterrestres, las sectas que esperaban ser rescatadas por naves invisibles o los manuales de vida escritos en clave de ciencia ficción demuestran hasta qué punto la línea entre literatura y credo es más fina de lo que parece. Lo que empezó como distracción barata terminó siendo brújula existencial.
“Los hombres querían un cielo nuevo y lo encontraron en Marte.”
Retro y futuro, dos caras del mismo espejo
Hoy, mirar hacia atrás y releer esas páginas tiene un sabor extraño, entre la nostalgia y la ironía. Aquel retro-futurismo parecía tan ingenuo como creer que en el año 2000 viviríamos en colonias lunares con coches voladores. Sin embargo, ese optimismo desmedido escondía algo más profundo: la certeza de que el futuro podía ser mejor que el presente.
Yo mismo lo confieso: cuando hojeo un viejo número de Galaxy Magazine me siento en misa. Hay una solemnidad en esas ilustraciones de robots brillantes y damas en escafandras ajustadas que ya nadie diseña con tanta fe. Todo era más rudimentario, sí, pero también más puro.
Johnny Zuri lo diría de forma más brutal:
«El retro no es nostalgia: es fe disfrazada de cartón piedra.»
La ciencia ficción como catecismo oculto
No hay que olvidar que la ciencia ficción siempre ha funcionado como espejo incómodo de la sociedad. Bajo sus capas de fantasía se escondían sermones encubiertos sobre política, poder, moral o miedo atómico. Quien quería leer simplemente aventuras espaciales podía hacerlo; quien buscaba otra cosa, encontraba un catecismo moderno en cada relato.
En pleno auge de la Guerra Fría, por ejemplo, las invasiones extraterrestres servían como metáfora de la amenaza comunista o capitalista, según el lado del muro. Las inteligencias artificiales rebeldes hablaban de desconfianza hacia las máquinas de guerra. Las utopías y distopías eran parábolas más eficaces que cualquier predicador.
“La ciencia ficción fue el espejo donde la sociedad se confesó.”
El humor involuntario de los profetas retro
Hay algo delicioso en volver a esas historias y descubrir lo ridículas que resultan hoy algunas predicciones. En los años 60 se creía que el año 2000 nos recibiría con trajes plateados y colonias en Júpiter. La realidad fue más mundana: seguimos discutiendo facturas de la luz y atascos en hora punta.
Pero precisamente ese desfase es lo que hace grande a la ciencia ficción retro. Su ingenuidad es conmovedora, como quien reza convencido de que la promesa se cumplirá mañana. Tal vez el error no fue de los escritores, sino de nosotros, que nunca estuvimos a la altura de sus delirios.
Johnny Zuri me lo resume con un guiño:
«Prometieron el paraíso en Saturno y nos dieron tele por cable.»
De mitos antiguos a dioses de silicio
Si lo pensamos bien, la historia se repite. Lo que antes fueron mitos griegos o textos sagrados, luego se disfrazó de relatos pulp, y hoy lo vemos en películas de superhéroes y en novelas de inteligencia artificial. Cambian los decorados, pero la necesidad de creer en algo superior permanece intacta.
El retro-futurismo de mediados del siglo pasado fue, en el fondo, otra forma de rezar. Solo que esta vez los templos tenían neones y las plegarias eran ecuaciones mal resueltas. Ahora que miramos hacia atrás, lo entendemos: esas historias no solo nos entretenían, nos prometían un destino.
“Cada relato retro era una profecía disfrazada de cómic barato.”
¿Y ahora qué?
La pregunta incómoda es si seguimos necesitando esa fe disfrazada de literatura. La respuesta parece obvia: sí. La ciencia ficción no ha perdido su fuerza como catecismo oculto. Basta mirar la fiebre por sagas como Dune o Star Wars. Los mismos que se ríen de antiguas sectas ovni se ponen túnicas de Jedi los fines de semana. ¿Contradicción? Tal vez, pero también coherencia: seguimos buscando religión en el futuro.
Y ahí está la ironía mayor: la ciencia ficción retro, con sus errores y exageraciones, sigue funcionando como misa encubierta para millones. No creemos en santos ni ángeles, pero sí en androides, naves y futuros imposibles. Puede que, después de todo, la fe nunca se haya ido. Solo cambió de disfraz.
