¿Nos obligarán a fingir que no sabemos lo que es una mujer?

¿Nos obligarán a fingir que no sabemos lo que es una mujer? El dogma de las mujeres transgénero lo cambia todo y no lo dice

La palabra clave es mujeres transgénero. Pero lo que está en juego es mucho más: es el derecho a llamar a las cosas por su nombre sin que te quemen en la hoguera del momento.

Hace un tiempo, en una noche sin demasiado sentido, me crucé con un debate que parecía sacado de una novela distópica: una mujer de carne, hueso y ovarios —Ramsey Ferrero— enfrentada a una mujer de identidad, hormonas y bisturí —Mia Skylar—. No era una discusión enloquecida ni un espectáculo de gritos. Era algo peor: una conversación civilizada donde la realidad biológica se pedía permiso para existir frente al nuevo dios sin rostro llamado “género autopercibido”.

El tema, por si alguien aún no lo ha notado, no es menor: ¿puede cualquiera que lo diga ser mujer? Y no hablo de llevar falda o pintarse las uñas. Hablo de ocupar espacios, derechos, becas, categorías deportivas, cuotas políticas, baños, prisiones y refugios. Hablo del borrado sistemático de las mujeres reales —las de toda la vida— a favor de una ideología que no permite el desacuerdo.

Cuando ser mujer se convirtió en una metáfora

Skylar, con su tono suave y terapéutico, se definía mujer porque “así lo sentía desde pequeña”. Como si la infancia no estuviera ya suficientemente llena de confusión como para convertirla en diagnóstico. Ferrero no se achicaba: recordaba que el cuerpo no es una construcción cultural, sino una realidad física con consecuencias. Que una mujer no lo es por desearlo, sino por haber nacido dentro de un sistema biológico que sangra, ovula, gesta, sufre y muere.

Pero, claro, en el nuevo lenguaje de las identidades líquidas, eso suena casi a herejía.

“Ser mujer es una vivencia”, decía Skylar, como quien recita un mantra aprendido. Ferrero le devolvía la mirada: “Ser mujer no es una vivencia elegida, es una condición impuesta”. Y ahí estaba todo: la diferencia entre el deseo y el destino.

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“Las palabras no significan nada si cualquiera puede apropiárselas” (Ferrero, implacable)

La palabra mujer ha pasado de ser una categoría objetiva a convertirse en un sentimiento que se autorreclama. No hace falta haber nacido mujer, ni haber vivido como tal. Basta con decirlo. Y el que cuestione eso, ya sabe lo que le espera: cancelación social, excomunión digital, y si se descuida, una demanda.

Todo en nombre de una supuesta inclusión que, en el fondo, excluye a las únicas mujeres que no pueden dejar de serlo: las que nacieron con cuerpo de mujer, vivieron como tales, fueron invisibles, explotadas o maltratadas por serlo… y que ahora tienen que compartir sus espacios y su nombre con hombres que, con cambiar de pronombre, creen que ya han vivido lo mismo.

El problema no es que existan mujeres transgénero

El problema es que se pretende que sean lo mismo que las mujeres reales

Y no lo son. Lo siento, pero no. No por falta de dignidad. No por rechazo. Sino por hechos. Por diferencias corporales que siguen importando, aunque ahora esté de moda fingir que no. Por trayectorias vitales que no se pueden copiar con cirugía y laca de uñas.

Lo más cínico de todo esto es que mientras se aplaude esta supuesta libertad de ser lo que uno quiere, se impone una nueva moral totalitaria, más rígida que la Iglesia en sus peores años. Si cuestionas que un hombre pueda ser mujer, eres un hereje. Y si te atreves a decir que las mujeres transgénero no son mujeres, aunque lo digas con respeto y argumentos, te llaman transfóbico, fascista, cavernario o peor aún: biólogo.

“Hoy en día, la ciencia es transfobia y la duda es delito” (Anónimo en los comentarios del vídeo)

¿Quién protege a las mujeres de verdad?

Ferrero lo dijo sin rodeos: si permitimos que cualquiera que lo desee sea reconocido como mujer por ley, entonces las mujeres reales desaparecen como grupo protegido. Y lo peor es que lo hacen en nombre de una “inclusión” que no consulta a las afectadas.

¿Quién consulta a las presas cuando se permite que internos con pene ingresen a cárceles femeninas solo por declararse “mujeres trans”? ¿Quién pregunta a las niñas que compiten en atletismo cuando una adolescente con cuerpo masculino se lleva todas las medallas? ¿Quién protege a las mujeres que huyeron de la violencia cuando en los refugios entran personas con cuerpo de hombre?

Nadie. Porque lo único que importa ahora es no herir los sentimientos de los nuevos intocables.

¿Libertad o dogma?

Mia Skylar hablaba con ternura de su proceso, de su necesidad de reconocimiento, de su dolor. Y está bien. Toda vida merece respeto. Pero el respeto no obliga a negar la realidad. No hay libertad cuando te obligan a mentir para no ser odiado.

Yo no quiero que nadie sufra. Pero tampoco quiero vivir en un mundo donde la mentira sea obligatoria para no ser castigado.


“La verdad no cambia según nuestras ganas. Cambian nuestras ganas según la verdad.” (Relectura de una frase de Chesterton)

“Las mujeres transgénero merecen dignidad, pero no pueden usurpar la historia de las mujeres reales”


¿Y si ya no se trata de derechos sino de poder?

¿Y si el futuro de las mujeres depende de llamar a las cosas por su nombre?

Este debate no es una moda. No es un capricho de redes sociales. Es una batalla por el lenguaje, la verdad y la dignidad. Porque si todo puede significar cualquier cosa, entonces nada vale nada. Y cuando eso pasa, los únicos que ganan son los que manejan las definiciones.

La pregunta ya no es quién puede ser mujer. La pregunta es: ¿hasta cuándo vamos a fingir que no lo sabemos?

Originally posted 2025-07-17 00:10:59.

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